Quizá el gusto que le tengo a
cocinar, más allá del sabor final o las presentaciones de los platos, sea más
bien ver el esfuerzo que se hace, la combinación de ingredientes, el admirar la
técnica simple para convertirse en un plato servido.
Y es que el “campo” me jala.
Siempre me he identificado con las casas rurales, las típicas de Costa Rica,
esas construidas con bareque, con barro, en rústica madera, con piso de tierra,
pero que por más humildes, siempre tienen un aire acogedor. La banca en la
entrada, una carreta cerca y el fogón con cocina de leña.
Siempre se ha considerado que la
comida hecha en leña sabe mejor. Que el mismo humo que se genera aporta la
esencia de sus sabores. Cierto es que no es el método más rápido, cómodo o
fácil. Conseguir leña seca, encender el fuego, controlar temperaturas, utensilios
adecuados, atizar entre carbones y madera, pero sí que es cierto que es toda
una dinámica, que a nivel familiar la convierten en un acontecer de admirar.
Hace rato me venía con las ganas
de tener mi “negrita” como se le dice a las cocinas de hierro y bueno, ya
concreté su compra, le puse la chimenea y me llegó la hora de estrenarla.
Válgame Dios, si hasta horno tiene, pero como apenas iniciaba a probarla, me
fui pensando desde el principio en una “receta con agua”… un caldo, algo con lo
que pueda empezar esta aventura, que quiero no se me quede como una artesanía
de adorno, sino sacarle provecho.
A prender el fogón. Un rato de
zozobra, pero logro encender el fuego. La cocina tiene 4 quemadores, así que a uno
me voy por poner el agua y unos elotes y en la otra una olla para intentar
sacar una sopa de albóndigas. Que si no tienen cocina de leña, pues encienda la
suya eléctrica y sáquese las ganas para estos días fríos.
En la olla de la sopa a 2 litros
de agua, la bendije con una rama de apio entera, 1 cebolla partida en mitades y
1 chile dulce, ramita de tomillo fresco y la tape para que empezara a soltar
sabor. Mientras pelé 2 zanahorias, 2 chayotes tiernos y 2 papas. Los partí en
tiritas y los fui a dejar al caldo y le puse una cucharada de sal. A seguir
cuidando que la leña se quema una más pronto que otra, que hay que estarla
empujando para que los 2 quemadores tengan fuego y que las cenizas estén
llegando abajo. El humo no era tal como lo esperaba, veía el cucurucho de la
chimenea, como esperando ver salir el humo en El Vaticano. No era un anuncio
Papal lo que esperaba, pero tenía que vigilar que saliera correctamente, que no
se cayera, que el vecino no llamara a los bomberos, que la cocina funcionara y
lograr terminar con una sopa o al menos agua caliente con sabor a algo.
La carne molida, desde la víspera
estaba en el refrigerador. Le aderecé con hierbas secas, orégano, tomillo, un
par de ajos majados, comino molido y un par de cucharadas con salsa tipo
inglesa. Ahora mientras se cocinaban las
verduras, pues sacar la carne de la
refri, un poquitín de sal, 2 huevos y un poquito de harina de maíz para que me
ayude a compactar. La carne está fría y se enfrían mis dedos. Pero soy de los
que le gusta meter la mano en la cocina. Se manipula mejor y la buena vibra
termina por arreglar lo que se hace.
Me voy formando las bolitas de
carne y siga espiando el fuego, ya las verduritas están como al dente y
entonces como en un gran lago, dejo sentar cada albóndiga. Su fría temperatura
de inmediato baja el calor al caldo. Pero no la tapo. Así se quedan, como
pensando dentro de la olla que “hago aquí?”. Creo que me funcionó este asunto
de la carne fría. Cada albondiguita se fue cocinando como en cámara lenta y
dejó que el caldo siguiera transparente. Una pieza más de madera para terminar
de cocinar, el caldo vuelve a hervir y sello su color con unos quelites de
chayote partidos manualmente.
Los elotes! Sí, en la otra olla
ellos daban vuelta solos en su propio lago y estaban más que en su punto. El
tener un blog y querer dejar en evidencia lo que uno hace, implica que si ya
está la comida AUN NO TE LAS PUEDES COMER! La cámara, el plato, una mesita,
buscar la sombra y que el sol no le dé directo al caldo, son unos minutos que
uno siente los aromas, que el olfato más que estimulado le grita al paladar que
ya es tiempo y el trabajo se haga de prisa.
El plato servido, la foto lista y
mi premio, saborear la sopa! Como admiro y se acrecienta mi respeto a la gente
que aún sigue cocinando con leña, de levantarse a prender fogones, que del agua
para el café del desayuno, volver a prender para sacar el almuerzo y si hay que
calentar de noche, otra atizada de fuego. Benditos sean! Casi al final recordé que la cocina tenía
horno, en una última carrera pelé 2 plátanos maduros, los bañe con el jugo de
una mandarina que deambulaba en el refrigerador, una bañadita de azúcar moreno
y hasta postre saque este día. Otro día será otra receta… otra
receta, vendrá otro día!